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Noches blancas es una novela de Dostoiesvki (los nombres raros cada quién los escribe como quiere, una vez Sophie fue Sopi Tucola) que leí hace unos años y que me gustó mucho. Habla acerca de un joven que conoce a una muchacha, quién espera la llegada de su amante en un barco. La chica le pide ayuda para localizar a su pareja porque sospecha que está residiendo en un hotel de la localidad.

Para no arruinarles el libro, mejor léanlo ya que además, se acaba en una sentada. Nunca entendí que eran las noches blancas hasta que llegué a Europa. Entre más cerca estés de los polos, durante el verano los días duran más, dejando las noches blancas por la luz del sol. Este breve interludio cultural me sirve para decirles que las noches blancas han terminado, y la noche de Europa empieza a cubrir el continente. Contrario a los pronósticos, esta noche me siento terriblemente animado, como si la noche infundiera nuevos bríos a mi modorra espiritual de la última semana.

Después de un trámite sumamente sencillo, el ñoño que hay en mi se encuentra extremadamente contento de tener su tarjeta de acceso a la biblioteca británica. Antes de tener dinero para comprar libros, la mayoría los sacaba de la biblioteca de la escuela. Esta vez no los puedo sacar, pero creo que me esperan horas de diversión yendo y viniendo alrededor de todos esos libros que sé nunca podré leer. Es una especie de saudade (tristeza alegre, si es que pudieramos acercarnos a alguna traducción del término) el entrar en una biblioteca así de grande: la nostalgia de tantos libros y tan poco tiempo.

Mi pase es por un mes, pero podré extenderlo si le explico a la agente que estoy realizando una especie de investigación (los malditos ingleses son muy celosos con su biblioteca, y no dejan que uno ande por ahí siendo feliz entre los libros, ah! para todo hay que tener un propósito). Bueno, me inventaré algo estoy seguro.

Sé que no mueren de envidia, pero les dejo una foto de la biblioteca. Tan bonita ella.