Primero fueron unos...



Luego seremos nosotros...

Los que vengan hallarán nuestros fósiles, construirán sobre ellos...

1. Encuentre las 3 diferencias.



2. Chisme de La Oreja: ¿qué paso después de esta noche entre el jugador más valioso de Mascarita y la bella comensal?
Deje sus conclusiones como comentario al post.

Post a manera de epílogo

1. Todos hablamos desde nuestra butaca, desde la carga histórica que nos apelmaza.
Un ejemplo: Cuando estaba en la secundaria, llamada "Escuela Secundaria Técnica Capitán de Navío Sebastián José Holzinger", y cuyo nombre detestaba porque en las láminas del taller de dibujo técnico industrial nunca me cabía bien el kilométrico nombre, había dos salones por año. En el mío, había tres chicas que eran las cotizadas, las "bonitas", con las que más de alguno quería ponerle jorge al niño. Como buen ocioso, googoleé sus nombres para ver si encontraba rastro alguno de cualquiera de ellas.
Encontré a una.
Después entré a la prepa, donde subió el estándar de lo que consideraba una chica bonita. Después me moví al DF y nuevamente subió el estándar. Ahora, una chica guapa está más cerca de esta otra foto:

Creo que está claro a lo que me refiero cuando digo que hablamos desde lo que conocemos. En la medida en que vamos viviendo, nuestro espectro de la realidad se amplía. Sin embargo, habría que desconfiar más de la historia, de nuestras afirmaciones socioculturales. Diariamente uno se puede encontrar con este tipo de personas, confiadas en supuestos que ni siquiera se tomaron el tiempo de cuestionar. ¿Por qué me parece más guapa la segunda foto? ¿Se acerca más a mis ideales de belleza occidental impuestos por la tele? ¿Es acaso por que se le ve un seno? Declarémonos en contra del juicio absurdo de la historia cultural que pesa sobre nosotros.

2. El incíso 1 de este post es irrelevante. Este es mi post de abandono, ya que este blog no tiene nada más que decir. Denle play al requiem del último post.



A mis amigos virtuales, tal vez abra luego otro blog, igual de inútil que este. No lo borro porque quiero que permanezca como fotografía de un Londres que se esta acabando, lacerado por la lluvia que no cesa y que va lavándonos, limpiando los recuerdos de esta ciudad.

Y a los demás, mientras caminamos en otras ciudades, empujados por Sísifo para subir y volver a caer infinitamente, seguramente encontraré a alguien que me dirá pero estuviste en Londres, viviendo lo que otros viven, viendo lo que otros ven. Asentiré con la cabeza: Sí, estuve ahí, caminando por la humedad de sus calles, en aquel centro menstruante de autobuses de dos pisos, y tal vez hayan leído este blog y tratarán de hablarme de lo que hice, de aquella vez que vi a McCartney en un parque, o de la ocasión en que en el aeropuerto tuvieron que desalojarme por una amenaza de bomba. Y asentiré con la cabeza de nuevo, con una sonrisa tonta, vacía, acertada para recordar esos días, los momentos en un Soho lleno de deseos, los viajes en escaleras eléctricas perdidas en las profundidades del desconsuelo, el sonido sordo de unas bragas que caen al suelo, o de las marchas en contra de la guerra y las noches perdidas en la mecánica frase relacionada al menú de postres, todo eso se perderá, me dirán lo has vivido, y diré sí, ahí estuve, en un Londres invertebrado, real en todas las realidades posibles, en todas las posiciones.

Pese a lo fútil que es tratar de comprender la cinemática del caos, que un día te sitúa en ciertas coordenadas, para después lanzarte a una isla desierta, ganar la lotería o morir atropellado, me pregunto si existe fórmula alguna para dictar las probabilidades, el pronóstico sobre cómo y dónde convergerán los caminos, cómo irán compaginándose los segundos en el engranaje de los días.

Habrá que aceptar la apuesta fantasmagórica y lanzarnos sin vértigo a lo desconocido.

3.

Stonehenge -costumbres mexicanas II-

Cuando uno llega a Stonehenge, y descubre que esas piedras llevan ahí 5 mil años, es inevitable pensar que, de alguna manera, todo esto es resultado de una inteligencia superior. Nuevos hallazgos apuntan, de manera esotérica dirían algunos, a la influencia de una inteligencia alienígena.

En las rocas, uno puede advertir señales que los científicos se han esforzado por descifrar, interrogantes a las que todavía no encuentran respuesta. Vean el detalle en la última foto, esta de miedo. Acérquense conmigo:







Nuestro chovinismo es políticamente incorrecto en Europa, pero lo cierto es que una bandera nos enlaza en el extranjero como si en ello se nos fuera la vida. Dentro de nuestro propio país, solamente Septiembre y Noviembre, logran convencernos con sentimientos en vez de con razones de que México es mejor que cualquier lugar en todos los aspectos. No tenemos Stonehenge, pero Teotihuacán está más chido!

Nuestras falacias de tipo etnocéntrico o de ídola fori, retrasan cambios reales en nuestra sociedad. Perduran, pues, los como México no hay dos, con letal fuerza apocalítica, con acción de presencia superior a las demoliciones del tiempo y a la imposición rectificadora de nuevas ideas.

Vivimos en una dicotomía, especialmente visible en la Ciudad de México, en relaciones de amor-odio con nuestro país (sobre todo mientras estamos en territorio nacional). Una vez abordado el avión, llegan las tardes de nostalgias, que encuentran un paliativo al ver a otro connacional. Y como por arte de magia, el grito de guerra: ¡Viva México!

Y es que, como México no hay dos... ¡a huevo!

Muerte en Venezia -UPDATE fotos-


El turismo y la guerra se nos aparecen como dos términos opuestos de actividad cultural: uno es el paradigma del acuerdo internacional, el otro del desacuerdo. Las dos prácticas, sin embargo, interseccionan en ocasiones: la guerra del turismo, el turismo en tanto que guerra.

El turismo contemporáneo procede de los viajes heroicos del pasado, las raíces de los cuales se encuentran sin duda entremezcladas con las de los conflictos territoriales más antiguos: después de todo, la movilidad ha sido siempre una estrategia clave en la guerra.

Pero yo no me enamoré del ideal de belleza del que hablaba Marina en Lido. Llegué a Venezia, ciudad mítica que los estertores del amor romántico buscan perpetuar. Tiene algo de decadente, una destrucción anticipada que se adivina en las paredes carcomidas por la sal marítima, en la eterna humedad, en el musgo de los canales que ganan terreno a razón de 2 mm por año.
Un día Venezia no será más, pero su carácter efímero ha durado ya 1500 años. Al llegar, me sorprenden dos cosas: la habilidad de dar por sentado ciertos sistemas que, sin embargo, nos son totalmente ajenos. Las arterias coaguladas de acero de la Ciudad de México son reemplazadas por canales íntimos. Me pregunto si Venezia es una especie de espejo a lo que fue Tenochtitlán, y en qué momento dos lugares tan parecidos evolucionaron diametralmente opuestos. Los bomberos andan en bote, la policia, la gente, los turistas, hay un bote recolector de basura, un bote cartero, etc., y una vez instalado en la ciudad uno acepta ese orden que bien podría ser sacado de un cuento de ciencia ficción.
Además, me esfuerzo por pensar en las convergencias, en las intersecciones que tiene Xochimilco con los canales italianos. Es más fácil pensar en las diferencias, pero ya nadie se esfuerza por construir puentes. Las ciudades, los pueblos, encuentran soluciones similares a la cotidianeidad, y una vez que se comprende este punto se intuye que bien podría ser cierto que, bajo ciertas condiciones, el Aleph es posible, como un Wi-Fi mundial que te permite conectarte a YouTube y tomar un recorrido en góndola mientras Lupita llega a la isla de las muñecas.

Mi góndola se llamaba Laura, y el "recorrido bonito" nos llevó como primer punto por el puente de los suspiros, llamado así por ser el último lugar donde los condenados a muerte podían ver el mar y la luz del sol. La tradición, sin embargo, se esfuerza por resignificar la realidad en aras de un espíritu kischt y cursi, donde ahora darse un beso abajo de dicho puente significa buena fortuna (lo cual hice, mi espíritu contracultural -del estilo playera de marca con estampado del Ché- es solapsado -inventemos esta palabra- por el romanticismo francés de Sophie). Además, fui engañado una vez más por la televisión (creí que éramos amigos!) al darme cuenta que los señores de la góndola no cantan nada, O sole mío (pozole mío?) suena con acordeón a lo lejos, probablemente en una televisión en algún lugar de Japón o Estados Unidos.
El recorrido, que permite que desde los puentes los turistas se apropien de tu alma al tomarte mil fotos con y sin flash, es un rápido vistazo a la ciudad. Lo que vale la pena es perderse en las calles, que como en otras ciudades de Italia, se antojan íntimas, arrojando secretos en las tallas de la ropa interior y las sábanas que cuelgan sobre las cabezas. De vez en vez, uno se topa con un graffitti emocionante, una bandera gay, un gato con hambre, un vagabundo dormido, un euro en el suelo o un museo. Caminar por Venezia es una rayuela que se juega mejor sin mapa.

Sin embargo, uno lamenta no tener el suficiente tiempo para descubrir a la ciudad fuera del fantasma del turismo. Algunos atisbos a la naturaleza de la urbe se descubren cuando uno nota que la ciudad se instaura en una calma casi sepulcral a las 11 de la noche. Salvo en carnaval, la ciudad es diurna.
Por otro lado, Venezia es capital mundial del arte y de la ópera (junto con la Scala de Milán). El Teatro La Fénice (Feniche para la banda) es un lugar que te transporta a otro tiempo de madera inmediata (aún con la audioguía pegada del oído). Los detalles en oro, los palcos, los salones, son una máquina en el tiempo al puro estilo de Quantum Leap. No sé que extraños designios han convertido a Venezia en lugar para la Bienal de Arte más importante (trivializada también un poco por el hecho de que la exposición dura 6 meses al año) así como para el Festival de Cine (donde cualquier cineasta mexicano se muere por exhibir, aún cuando ahora YouTube -volvamos a recordar a ese Aleph- es un medio 2.0, accesible si realmente queremos llegar a un "público").
Pese a que no comprendo el funcionamiento de la superestructura, da gusto encontrar tanto arte contemporáneo en una ciudad que es más chica que mi natal pueblo. Nuevamente, el tiempo limitado me jugó una mala broma, empujándome a apoderarme de los minutos en un frenezí fotográfico, al más puro estilo de turista japonés.
La comida, por su parte, es digna de mención y hay que estar preparados para invertir 50 euros por una cena para dos decente (dos personas decentes?). Murano (la isla del vidrio), por su parte, puede ser prescindible ya que no cuenta con nada que no se pueda ver en Venezia.
Haciendo honor a los mitos, Venezia se disfruta más acompañado, con el amor colgado del brazo para hacer todas esas cosas simples que dan felicidad, como correr por la Piazza San Marcos para espantar a las palomas (horrendas ratas aladas), besarse en alguno de los puentes, visitar los Palazzos y Castelos y Eglises y escuchar a los turistas franceses quejarse o burlarse de la tierna ignorancia estadounidense mientras se come un snack de prosciuto o mozarella. Las guías de turistas generalmente aciertan hacia lo que vale la pena verse, aunque también hay que correr el riesgo de entrar a museos pequeños, a recorrer islas ignotas y celebrar con vino en pequeños bares.

Venezia aún vive, su historia moderna es una forma inacabada de la guerra, el turismo hace que la ciudad sobreviva en una fantasmagoría de riquezas pasadas (siempre en renovación, evitemos que muera lo viejo, algo así como mantener con respirador al abuelo vegetal). Al salir, uno se alegra de que termine, de saber que puede tachar un lugar más de la lista burguesa del turismo, de dejar la ciudad que no ofrece más que museos e iglesias para nuestro consumo -planeemos ahora el siguiente viaje-. Generalmente, no es suficiente ir y aprehender un pedazo de la ciudad, un souvenir, un recuerdo. Apoderarnos de la Basílica con una foto (todo museo o lugar histórico que se respete debería abolir la cámara fotográfica o de video) y comprar la postal es un registro de que estuvimos ahí, aunque nunca hayamos metido la mano en el agua (esta sucia guacala), besado a una veneciana o platicado con una anciana que hace sus compras un domingo por la mañana.
Me hubiera gustado saber qué piensa Venezia de esto.
UPDATE: Fotos




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