Muerte en Venezia -UPDATE fotos-
Published by RW on lunes, 5 de noviembre de 2007 en 6:14El turismo y la guerra se nos aparecen como dos términos opuestos de actividad cultural: uno es el paradigma del acuerdo internacional, el otro del desacuerdo. Las dos prácticas, sin embargo, interseccionan en ocasiones: la guerra del turismo, el turismo en tanto que guerra.
El turismo contemporáneo procede de los viajes heroicos del pasado, las raíces de los cuales se encuentran sin duda entremezcladas con las de los conflictos territoriales más antiguos: después de todo, la movilidad ha sido siempre una estrategia clave en la guerra.
Pero yo no me enamoré del ideal de belleza del que hablaba Marina en Lido. Llegué a Venezia, ciudad mítica que los estertores del amor romántico buscan perpetuar. Tiene algo de decadente, una destrucción anticipada que se adivina en las paredes carcomidas por la sal marítima, en la eterna humedad, en el musgo de los canales que ganan terreno a razón de 2 mm por año.
Un día Venezia no será más, pero su carácter efímero ha durado ya 1500 años. Al llegar, me sorprenden dos cosas: la habilidad de dar por sentado ciertos sistemas que, sin embargo, nos son totalmente ajenos. Las arterias coaguladas de acero de la Ciudad de México son reemplazadas por canales íntimos. Me pregunto si Venezia es una especie de espejo a lo que fue Tenochtitlán, y en qué momento dos lugares tan parecidos evolucionaron diametralmente opuestos. Los bomberos andan en bote, la policia, la gente, los turistas, hay un bote recolector de basura, un bote cartero, etc., y una vez instalado en la ciudad uno acepta ese orden que bien podría ser sacado de un cuento de ciencia ficción.
Además, me esfuerzo por pensar en las convergencias, en las intersecciones que tiene Xochimilco con los canales italianos. Es más fácil pensar en las diferencias, pero ya nadie se esfuerza por construir puentes. Las ciudades, los pueblos, encuentran soluciones similares a la cotidianeidad, y una vez que se comprende este punto se intuye que bien podría ser cierto que, bajo ciertas condiciones, el Aleph es posible, como un Wi-Fi mundial que te permite conectarte a YouTube y tomar un recorrido en góndola mientras Lupita llega a la isla de las muñecas.
Mi góndola se llamaba Laura, y el "recorrido bonito" nos llevó como primer punto por el puente de los suspiros, llamado así por ser el último lugar donde los condenados a muerte podían ver el mar y la luz del sol. La tradición, sin embargo, se esfuerza por resignificar la realidad en aras de un espíritu kischt y cursi, donde ahora darse un beso abajo de dicho puente significa buena fortuna (lo cual hice, mi espíritu contracultural -del estilo playera de marca con estampado del Ché- es solapsado -inventemos esta palabra- por el romanticismo francés de Sophie). Además, fui engañado una vez más por la televisión (creí que éramos amigos!) al darme cuenta que los señores de la góndola no cantan nada, O sole mío (pozole mío?) suena con acordeón a lo lejos, probablemente en una televisión en algún lugar de Japón o Estados Unidos.
El recorrido, que permite que desde los puentes los turistas se apropien de tu alma al tomarte mil fotos con y sin flash, es un rápido vistazo a la ciudad. Lo que vale la pena es perderse en las calles, que como en otras ciudades de Italia, se antojan íntimas, arrojando secretos en las tallas de la ropa interior y las sábanas que cuelgan sobre las cabezas. De vez en vez, uno se topa con un graffitti emocionante, una bandera gay, un gato con hambre, un vagabundo dormido, un euro en el suelo o un museo. Caminar por Venezia es una rayuela que se juega mejor sin mapa.
Sin embargo, uno lamenta no tener el suficiente tiempo para descubrir a la ciudad fuera del fantasma del turismo. Algunos atisbos a la naturaleza de la urbe se descubren cuando uno nota que la ciudad se instaura en una calma casi sepulcral a las 11 de la noche. Salvo en carnaval, la ciudad es diurna.
Sin embargo, uno lamenta no tener el suficiente tiempo para descubrir a la ciudad fuera del fantasma del turismo. Algunos atisbos a la naturaleza de la urbe se descubren cuando uno nota que la ciudad se instaura en una calma casi sepulcral a las 11 de la noche. Salvo en carnaval, la ciudad es diurna.
Por otro lado, Venezia es capital mundial del arte y de la ópera (junto con la Scala de Milán). El Teatro La Fénice (Feniche para la banda) es un lugar que te transporta a otro tiempo de madera inmediata (aún con la audioguía pegada del oído). Los detalles en oro, los palcos, los salones, son una máquina en el tiempo al puro estilo de Quantum Leap. No sé que extraños designios han convertido a Venezia en lugar para la Bienal de Arte más importante (trivializada también un poco por el hecho de que la exposición dura 6 meses al año) así como para el Festival de Cine (donde cualquier cineasta mexicano se muere por exhibir, aún cuando ahora YouTube -volvamos a recordar a ese Aleph- es un medio 2.0, accesible si realmente queremos llegar a un "público").
Pese a que no comprendo el funcionamiento de la superestructura, da gusto encontrar tanto arte contemporáneo en una ciudad que es más chica que mi natal pueblo. Nuevamente, el tiempo limitado me jugó una mala broma, empujándome a apoderarme de los minutos en un frenezí fotográfico, al más puro estilo de turista japonés.
Pese a que no comprendo el funcionamiento de la superestructura, da gusto encontrar tanto arte contemporáneo en una ciudad que es más chica que mi natal pueblo. Nuevamente, el tiempo limitado me jugó una mala broma, empujándome a apoderarme de los minutos en un frenezí fotográfico, al más puro estilo de turista japonés.
La comida, por su parte, es digna de mención y hay que estar preparados para invertir 50 euros por una cena para dos decente (dos personas decentes?). Murano (la isla del vidrio), por su parte, puede ser prescindible ya que no cuenta con nada que no se pueda ver en Venezia.
Haciendo honor a los mitos, Venezia se disfruta más acompañado, con el amor colgado del brazo para hacer todas esas cosas simples que dan felicidad, como correr por la Piazza San Marcos para espantar a las palomas (horrendas ratas aladas), besarse en alguno de los puentes, visitar los Palazzos y Castelos y Eglises y escuchar a los turistas franceses quejarse o burlarse de la tierna ignorancia estadounidense mientras se come un snack de prosciuto o mozarella. Las guías de turistas generalmente aciertan hacia lo que vale la pena verse, aunque también hay que correr el riesgo de entrar a museos pequeños, a recorrer islas ignotas y celebrar con vino en pequeños bares.
Venezia aún vive, su historia moderna es una forma inacabada de la guerra, el turismo hace que la ciudad sobreviva en una fantasmagoría de riquezas pasadas (siempre en renovación, evitemos que muera lo viejo, algo así como mantener con respirador al abuelo vegetal). Al salir, uno se alegra de que termine, de saber que puede tachar un lugar más de la lista burguesa del turismo, de dejar la ciudad que no ofrece más que museos e iglesias para nuestro consumo -planeemos ahora el siguiente viaje-. Generalmente, no es suficiente ir y aprehender un pedazo de la ciudad, un souvenir, un recuerdo. Apoderarnos de la Basílica con una foto (todo museo o lugar histórico que se respete debería abolir la cámara fotográfica o de video) y comprar la postal es un registro de que estuvimos ahí, aunque nunca hayamos metido la mano en el agua (esta sucia guacala), besado a una veneciana o platicado con una anciana que hace sus compras un domingo por la mañana.
Venezia aún vive, su historia moderna es una forma inacabada de la guerra, el turismo hace que la ciudad sobreviva en una fantasmagoría de riquezas pasadas (siempre en renovación, evitemos que muera lo viejo, algo así como mantener con respirador al abuelo vegetal). Al salir, uno se alegra de que termine, de saber que puede tachar un lugar más de la lista burguesa del turismo, de dejar la ciudad que no ofrece más que museos e iglesias para nuestro consumo -planeemos ahora el siguiente viaje-. Generalmente, no es suficiente ir y aprehender un pedazo de la ciudad, un souvenir, un recuerdo. Apoderarnos de la Basílica con una foto (todo museo o lugar histórico que se respete debería abolir la cámara fotográfica o de video) y comprar la postal es un registro de que estuvimos ahí, aunque nunca hayamos metido la mano en el agua (esta sucia guacala), besado a una veneciana o platicado con una anciana que hace sus compras un domingo por la mañana.
Me hubiera gustado saber qué piensa Venezia de esto.
UPDATE: Fotos
Etiquetas: arte y cultura, vacaciones, Venezia, weekend
14 Comments:
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Y Venezia piensa que le dejes tus dineros y te largues. Así es Italia en general.
Jeje =P
Saludos Mr. Robert n_n
Te quiero mucho amigo.
Donde estuve, estuviste tambien.
Es que es asi como funciona la amistad.
Te leo con constancia.
Armando.
la pasè increìble y aùn creo que debo regresar. jejeje
lo mejor fue el gelatto y en italia subì de peso por su deliciosa comida.
Ke bonito platica usted Venecia...pero con tanta agua creo ke huele mal =P...
fluvio: gracias, en general europa en un cúmulo de postales previamente adquiridas
señora666: lamento las letras pequeñitas
armando: sí, me imaginé que estabas ahí, dándole de comer a las palomas pese a que las detesto jaja, un abrazo
AZ: no mames que chido praga, me huubieras dicho tengo 2 conocidos allá que igual te hubieran hecho el paro para evitar el lost in translation
julieta: jajaja esa argentina qué se cree... oye hoy es un paso adelante de lo que te platiqué
bere: qué milagro cómo va todo por allá? saludame a tu hermano, ojalá todo ande bien en tampico
ana y arnulfo: sí estoy más flaco cada vez pero qué puedo hacer? yo creo que es la falta de fotosíntesis en londres el sol sale poco
cero glam: es que eso de las estrellitas nomas no... jaja saludos
torobolas: huevos